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Joaquín Trincado

Prólogo; Los extremos se tocan

  • Foto del escritor: EMEDELACU
    EMEDELACU
  • 5 jul 2023
  • 4 Min. de lectura


Bajo la luz de la antorcha de la razón y del calor que origina el amor, única y Suprema Ley; y con la fuerza del progreso máximo material reasumido en la mágica trinidad C.G.S. de la inacabable matemática, se da al público conocimiento del presente libro, como Indice de la obra que el hombre va a recibir, en la que está la verdad suprema y absoluta expuesta y codificada; por la que el hombre se conocerá a sí mismo y no podrá reinar más la injusticia, porque pronunciará el hombre, en fruición, el nombre único que debió haber entre los hombres: “Hermano”.

Es este libro un juicio inapelable. Mas nadie ha de ver en él acusación individual ni colectiva a los hombres, sino como es en verdad, acusación, juicio y sentencia a las causas del mal mundial, que llegan a su fin, porque los tiempos se han llegado y la evolución máxima que la humanidad de la tierra espera, marcó su límite de espera y la justicia inflexible de la creación, empezó a sanear esta morada del Creador, porque es llegado el tiempo de pasar EL por esta morada del universo, a confirmar a sus hijos en su mayoría de edad.

Es dura la lección; acre la lectura, aun para los iniciados en la metafísica, porque les faltaban las llaves de muchos secretos; y al abrirlos esos mismos iniciados han de ver el equívoco de sus prejuicios y que, si no estaban ciegos, eran miopes, porque les faltaba valor para tan titánico esfuerzo de romper los fuertes sellos del libro de la vida.

Y si para los iniciados aun será dura la verdad, ¿qué será para los no iniciados? ¿Para los que solo ven las cosas por un prisma fantástico y viciado, por cualquiera de las causas del mal mundial?

Mas es hora que todos sepan preferir lo útil a lo agradable y empezaran a tomar, del mal, el menos y sabrán pronto sacar bien, del mal, hasta que por la ley, el mal no exista y cuyo día está más cercano que lo que se puede creer y aun desear.

Pues bien; antes de abrir la primera página de “Los Extremos se tocan”, pido a todo ser, hombre, mujer, trabajador, parásito, religioso o escéptico (porque todos deben leerlo sin escándalo) mucha calma; mucha atención a su conciencia y, mucha y sin límites libertad a su razón, desnudándose de todo prejuicio, religioso, social y científico; y entonces, su espíritu se iluminará para empezar a poner en orden su archivo: su conciencia.

En todo, la culpabilidad y el mérito es de la causa que origina el efecto y no se debe confundir el efecto con la causa; pero para esto, es necesario ser sabios y solo se puede empezar a serlo, no teniendo prejuicios, porque entonces desaparece el Egoísmo; no teniendo este, el antagonismo cesa y la pasión muere, quedando la razón libre para pesar las cosas y apreciarlas en su justo valor.

Nadie es ofendido, ni nadie se tenga por tal, porque la ley es la ley y nada más; ella en su justicia, sólo recoge la Fé producida por las obras, sin mirar si éste es un obrero manual o de la ciencia, o el otro es mandatario o dignidad, porque en su balanza, lo mismo pesa la obra del obrero, que la del magnate; pero cada una lleva el sello del que la realizó y el valor del esfuerzo hecho.

La ley suprema sólo sabe que hay hombres y que todos igual son hijos del creador único, común y universal, y es ese solo, el sustantivo o título que figura en el Indice del libro de la vida, el hombre.

Para la ley, todos esos hombres (comprendidos los dos sexos que completan las humanidades) son obreros de la Eterna Creación y no sabe, ni quiere ni puede saber de títulos, dignidades ni clases, porque éstos son efecto de una causa, que hoy, la ley de Justicia vino a quitar: la ignorancia.

Cuanto más sabio es el hombre, menos egoísmo tiene y más delata su amor, demostrado en su humildad, sin rebajamiento; y el sabio se le ve entre los humildes, porque sabe que allí tiene deberes y que también allí encuentra la vida real y el trabajo digno que eleva el progreso, del que, el sabio, queriendo y sin querer, es maestro. Esta es la dignidad que la ley da en premio.

Que nadie, pues, en su individualidad ni colectivamente, se tenga por ofendido ni aludido, porque aquí se ataca y se demuelen las causas que no están en la ley divina, natural, ni humana; causas que sólo son efecto de la Ignorancia; por lo que, si el lector es sabio, aquí será el más sabio y empezará a ser maestro; y se le pide, que se declare en nombre del Creador nuestro Padre: Si aun no es sabio, aquí empezará a serlo; a éste se le pide, que observe las tres cosas del prudente: oír, ver, y callar, que aquí son leer, pensar y comprobar.

Si yo buscara la discusión, diría como todos los hipotéticos: “Así veo yo la verdad”. Mas ya no es tiempo de discusiones sino derazonamientos y a razonar son llamados los hombres: razonando, acabará el ansia, la agonía y la incertidumbre, que a los hombres agobia, anublándolos y sin poder encontrar solución a los más fáciles problemas de la vida.

Esto ha puesto al mundo todo, en la gran tragedia, que no puede acabar hasta que la ley haya quitado todo lo que estorba la armonía de la vida, que en la nueva era que ya empezó, solo puede ser de bienestar, por la paz sin armas, por la justicia sin reproches y por el amor sin pasión. Así digo y veo yo que es la verdad.

Le queda al hombre en sus manos la primera página de la nueva doctrina de su día séptimo, que es de usufructo; y se continuará dándole todas las páginas, hasta la sabiduría; y entre tanto, en “Los Extremos se tocan”, hágase cada lector, cada hombre (porque todos lo tienen que leer u oírle) hágase cada hombre, repito, la resistencia entre sus dos polos y la luz se producirá; a cuyo resplandor, lea, piense y compruebe y cada vez será más natural, porque habrá roto los prismas y colores que le mistificaban la verdad.


Libro: Los extremos se tocan

Autor: Joaquín Trincado


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