Anciano Diecisiete; Necesidad de una liquidación para establecer un nuevo régimen.
- EMEDELACU
- 16 dic 2023
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Actualizado: 31 mar 2024

CAPÍTULO DIEZ Y SIETE
NECESIDAD DE UNA LIQUIDACIÓN PARA ESTABLECER UN NUEVO RÉGIMEN
Juicio os trae el Anciano Diecisiete, y sea provechosa profilaxis para los que luchan por pagar parte de su encargo en el progreso y están en la transición decisiva y definitiva que se les dio el día de la liquidación. En amor os saluda y dice:
Siempre que el egoísmo no os ciegue y la ignorancia no sea tan crasa que llegue hasta la estultez, ni vuestro orgullo llegue al grado antipático de petulancia, o tan ofuscados fuereis que os igualareis a los irracionales, no podréis menos que comprender que, toda sociedad llega al cumplimiento del tiempo estipulado y entonces es de ley hacer una liquidación, un juicio matemático de su trabajo y de tal juicio, han de nacer forzosamente nuevos reglamentos para un nuevo período, en el que se han de sanear deficiencias y afianzar los mejores productos; y a esto es llamada la asamblea general, que toma cuenta a sus directores; para lo que, la asamblea, se constituye en poder absoluto y soberano.
Más si también alguno piensa que la familia humana es diferente que cualquiera de las sociedades reglamentadas para la explotación de un comercio, industria o arte, es no saber nada de la Constitución de la Creación; y este que así piense, está descontado por ahora de tomar parte en la asamblea con voz y voto. Pero no por esto dejará de oír las amonestaciones de la asamblea y la sentencia de expulsión de la sociedad, que en este caso, es su salida como espíritu y como hombre de la tierra y sus espacios, yendo a trabajar a bosques más sombríos, a tierras más duras; a donde su conducta y despilfarro todavía no constituyen escándalo, porque todavía la razón no se despejó para hacer reglamentos, leyes sanas que pongan el veto a los libertinajes, que en la tierra se legislaron para su destierro: y esos bosques son, aquellos mundos que el Dante describió, teniendo por maestro a Virgilio. ¿Y cómo no lo han dudado los hombres, habiendo desencarnado mucho antes Virgilio?...
Toda sociedad se divide en secciones, tantas como productos explota; bien sea una sociedad mercantil, industrial, artística, intelectual, y lo mismo que sea toda una nación que se divide en provincias por su etnicismo.
Esa sociedad o nación, sin embargo, dividida en comisiones, está regida por un solo director, presidente o rey, el que, en los tiempos señalados, reúne una asamblea de representantes que legislan, modifican e imprimen cada día el derrotero más apropiado, conforme al progreso ascendente que se muestra por el conjunto de toda la sociedad o población.
En esas comisiones, vigiladas por el director, pero que tiene un director y consejero constante en la ley que las rige, que es el reglamento o constitución aprobado por la asamblea general, si se cumple sin rutina atendiendo siempre el progreso de cada día, habrá seguramente ganancias para la sociedad. Mas si esa comisión se aferra a la rutina, aunque haya ganancias, habrá menos ganancias para la sociedad que las que el progreso habría dado y no tiene disculpa en su responsabilidad, porque toda ley es progresiva y no hay ninguna Constitución humana cerrada, sino que todas dejan un artículo abierto al progreso, y es a causa (y lo digo en verdad de verdad) de que no hay ninguna ley, reglamento, ni constitución o carta orgánica, en la que no haya tomado parte, inspirando, el espíritu. Esto nos lo aseguró el Espíritu de Verdad, días antes del juicio final o de mayoría celebrado en la tierra, el día 5 de abril de 1912 de la era cristiana, día en el que se cumplían los 36 siglos marcados en el testamento de Abraham y en el que empieza la nueva era de la verdad, con un nuevo «Código de Amor», resultado del juicio, a la vista de la liquidación de la sociedad humana de la tierra.
¿Pueden los hombres alegar ignorancia de la celebración de ese juicio, estando reunida en asamblea toda la familia terrena y siendo testigo toda la cosmogonía, representada por los Maestros y Consejos de todos los mundos del plano primero y todo el Universo, representado por los Espíritus de Verdad, Maestros de cada plano? Podrán ignorarlo sus materias; pero no lo ignoran sus espíritus a los que se les hizo juicio, porque solo ellos son responsables de los hechos de los hombres y no lo son ni los cuerpos ni las almas. Por esto hubo tan grandes desengaños y tan grandes acusaciones, que leeréis en la «Filosofía Universal» en los juicios de preparación desde el 28 de enero al 2 de abril de 1912; y, sobre todo, en el acto del juicio y sentencia, al que, quisieran que no, hubieron de asistir y oír dar la orden de expatriación de los malversores, que los vieron marchar.
Esa sentencia fué aplicada acto continuo para con los que se encontraban desencarnados; pero la atmósfera se limpió de su espesa bruma, del hollín de aquellos negros de pensamiento y quedaban sentenciados los que estaban encarnados (cada uno en su presente existencia), todos los que, deben pasar en la transición de 90 años que se dio, la que termina el año 90 del siglo primero (o del Anticristo) de la era de la verdad, que correspondería al año 2002 de esta era vulgar o cristiana, que ya no es ley desde el día del juicio.
El anestesio de los hombres era en aquellos momentos tan espantoso, que para todos fue la sorpresa del ladrón a quien no se espera, y se cumplía la amenaza del misionero Jesús, que dijo: «Estad preparados, porque el juez de vivos y muertos llegará como ladrón de sorpresa».
Y es que, todas las religiones y más que todas la católico-cristiana, habían mixtificado las Escrituras y los pobres creyentes de ellas, esperan el juicio en Josafat, después de horribles conmociones, incendios de los mares, derrumbamientos de montes, trompetas sonoras metálicas y terroríficas; cosas todas qué, solo los dioses e ídolos religiosos pueden hacer, pero que no es propio, ni hacerlo puede Eloí, que es Padre y no verdugo, como hay que creerlo según los credos religiosos.
Pero ni, aunque la tierra tiemble y hunda ciudades y continentes, inunde comarcas y se desborden los mares envolviendo valles, ciudades y aldeas, no pueden los hombres petulantes ver en eso, anuncios de la justicia, y no han visto los carros y lenguas de fuego anunciados para el juicio, a pesar de correr las locomotoras y alumbrarse por lenguas incandescentes de gas y electricidad. ¿Cómo, pues, habrían de tomar en cuenta como tal anuncio, las otras cosas? ¿Cómo tomar como efecto de la causa juicio final, esta mundial conflagración, a pesar de prevenirse y anunciarse en Isaías y el Apocalipsis? Nada ven en su tiniebla, y todo para ellos es casualidad. No. La casualidad no existe; existe, si, la fatalidad, porque fatalidad quiere decir justicia de necesidad. Esta existe.
Más les habla un hombre humilde a los petulantes, y ya que no pueden rebatirlo ni oponer razón en contra, con la risa del estulto y como huyendo de su vergüenza y maldad, gritan a los otros sus cofrades: «¿Dónde iríamos a parar con el fatalismo? No, no queremos fatalidades; admitimos bien las casualidades; no queremos amargarnos la existencia con la fatalidad; dejemos a la evolución llegar, que para esto están las leyes previsoras que las ciencias nos han dado».
Este es el modo de razonar de los cobardes que huyen del juicio; pero hay que preguntarles: ¿Tenéis alguna ciencia absoluta? ¿Tenéis alguna ciencia completa? Si la tenéis, las leyes que os den esas ciencias serán perfectas y los hombres deben ser felices; porque es lógico, que si tenéis cuerpo sano, tengáis mente sana. ¿Es el hombre feliz? ¿No le falta nada a su vida de hombre? ¿Es sabio en las leyes de la naturaleza? ¿Tiene la ley de amor en fruición? ¿Conoce al verdadero autor de la vida? ¿Conoce la vida? ¿Sabe lo que es civilización y por lo tanto será civilizado?... Ni el hombre es civilizado, ni conoce la vida, ni el autor de la vida, ni posee el amor; es ignorante y le falta todo lo necesario a la vida de hombre. ¿Cuál es la causa? El creer la casualidad; el huir de la fatalidad. Y cree en la casualidad y niega la fatalidad, porque no hay ninguna ciencia completa y menos absoluta, y, por lo tanto, las leyes que ellas dan son incompletas, faltas del sentido común racional. Son hijas de la estultez y petulancia de los que, mintiendo ciencia, niegan la fatalidad por cobardía y aceptan la casualidad por conveniencia.
¿Y no había de haber un juicio infalible para barrer tanta basura? ¿O es que la justicia del espiritismo habría de amoldarse a la conveniencia de los casualistas? En ese caso sería cómplice del mal de los hombres el Creador su Padre y merecería desprecio y pedradas de los que sufren. ¿Queréis casualistas un padre así? ¿Os animaríais a llamaros hombres, teniendo tal procedencia? Los fatalistas os lo regalan; no quieren ser hijos de tal padre, ni heredar de su parcialidad. Los fatalistas están con el apóstol Santiago muy conformes y con él dicen: «Porque juicio será hecho sin misericordia al que no hizo misericordia; pero ésta se gloria contra el juicio». Y por estar conformes con esa sentencia del hermano de Jesús le oyen y «no hacen acepción de personas, aunque esa persona sea Jesús», y «Están siempre preparados como si en el instante habían de recibir al Juez», principios y recomendaciones que Santiago dio en su carta universal de justicia, libertad y amor práctico. ¿Os escandalizáis, casualistas? Pues es señal de que sois escandalizadores; porque no teme sino el que hace mal.
El acto del Juicio final (o liquidación de la sociedad terrena) era de muchos siglos anunciado; las religiones mixtificaron las cosas a su gusto, capricho y conveniencia, anteponiendo su concupiscencia a la realidad y severidad del acto supremo y único que los mundos celebran. Pero esto no hace desmerecer la profilaxis que del Juicio final se hiciera en Isaías y por el Apocalipsis, con 28 y 20 siglos de anticipación, explicando hasta el mecanismo del acto; ya veréis en su descripción en la «Filosofía Universal», que se llevó́ a cabo cumpliendo todos los pormenores y siendo partícipe todo el universo.
Antes, el Juez, había oído verbalmente en juicios particulares a las diferentes religiones por sus jefes, que a pesar de sus protestas, eran forzados en sus espíritus a comunicarse y absorber posiciones, resultando de ahí, por sus mismas confesiones, defensas y acusaciones y pedidos, que el Juez, de acuerdo con los Consejos generales y porque la ley se lo permitía, que señalara una última y única transición de la presente existencia que pasaría en 90 años, teniendo cada hombre lista su sentencia en el acto de la desencarnación, para ir su espíritu donde sus afinidades lo conduzcan.
No quedó en aquella asamblea ni un solo espíritu de la tierra, sin presenciar la Majestad Augusta del Espíritu de Verdad en medio de sus Consejos y acompañados de todos los Maestros de la Cosmogonía; y todos hubieron de oír, ver y conocer al Juez con su tribunal de derecho, rodeado por todos los misioneros y Consejos del sistema solar, al que la tierra pertenece.
En aquel acto se pesaron todas las almas por sus archivos y se descubrió la Ley única de Amor y se dio la voz de, Consumátum est, al tiempo prefijado por la evolución máxima de la humanidad, asentando el reinado del espíritu, la terminación de la ignorancia, el fin de la guerra y el principio de la paz; declarándose caducas todas las anteriores leyes y regímenes, estableciendo La Comuna bajo el «Código Único de Amor Universal», anulando todas las religiones y declarando único credo el espiritismo; se derribaron todos los ídolos y dioses, sepultando la cruz y el cristo justificando a Jesús y a todos los misioneros, mesías y profetas y se dio por único adorado al Padre común, bajo el nombre universal de Eloí.
La resistencia y las protestas de los detractores y malversores fueron de ningún valor ni interés, porque la balanza era inflexible y su fiel marcaba la justicia del lado de la mayoría cumplidora de sus deberes, que mostraba el progreso alcanzado por ellos y dejaba a cada uno al descubierto su haber y su debe.
Los intercesores hicieron su último pedido a los tribunales y la última exhortación a los malversores, señalándose entonces el momento culminante de la sentencia y... se hizo el silencio absoluto en toda la asamblea, dando lectura a la sentencia que, cada palabra era repetida por los consejeros y transmitida a cada espíritu de los enjuiciados y a todo el universo, produciéndose entonces la más terrible batalla entre los mismos malversores que se perseguían unos a otros, y fue el solemne momento en que el Espíritu de Verdad, requiriendo todo su poder, de un soplo rasgó la negra atmósfera de la tierra, penetrando en ella por vez primera, la luz de los mundos mayores, la que no pudieron resistir los malversores y huyeron de la presencia del Juez, conduciéndolos el Dante y los ejecutores de la justicia, a los mundos correspondientes.
No puedo pasar sin dar a mi cátedra todo el valor y autoridad que necesita y al efecto, pido al Maestro autorización para repetir sus palabras que precedieron a la firma del acta del juicio.
Una vez que todo había sido pesado y juzgado, el Juez reclamó la palabra del Espíritu de Verdad y se produjo otra vez el silencio, y tomado el médium del tribunal, dijo:
«Heme aquí en Justicia, Paz y Amor.»
«Espíritus, oíd; hombres, escuchad; los hechos se han consumado; la justicia de la ley se ha cumplido y estamos en el primer día de luz de la tierra».
«El juicio final de la tierra se ha cumplido en la hora señalada por el Padre, muchos siglos há».
«El tribunal ha sentenciado y el Padre queda justificado en su justicia y reconocido en su amor».
«Se concedieron los juicios de justificación; en ellos se ha extremado el amor; hemos presenciado luchas de horror, oído improperios y protestas; hemos enseñado mundos de dicha y de horribles sufrimientos y nada bastó a convencer a los ciegos en el espíritu y obcecados en la conciencia dominados por la concupiscencia, que nunca podrán saciar».
«Os vais por voluntad; mas también allí llega el amor del Padre; pero no lo comprenderéis en largos siglos porque, al engolfaros en la morada a donde vais, solo deseos que no podéis satisfacer, supremacías que tenéis que crear a fuerza de luchas cruentas y de iguales en fuerza física, más con la ignorancia extrema que encontraréis por doquiera, no os permitirán resplandecer en el esplendor que en la tierra habéis tenido, sino después de largos siglos en los que habréis sucumbido en miles de cuerpos, miles de veces, para llegar al primer grado de progreso material».
«Lleváis conciencia del progreso material de la tierra; pero aun tenéis que arrancar en aquel mundo, el primer mineral que os sirva para hacer el primer instrumento, y lo arrancaréis y llegaréis hasta donde aquí habéis llegado; camino andado segunda vez, para llegar solo al punto desde donde ahora descendéis en lo material, en virtud de la justicia».
«No lleváis conciencia del progreso del espíritu, porque éste no lo habéis querido conocer; pero es este el que tenéis que alcanzar y para eso se os desaloja de la morada en que tantos siglos habéis sido la rémora del progreso espiritual».
«La misericordia del Padre se ha extremado y se ha hecho conocer por la imposición de la mayoría el progreso material que se os trajo, porque éste ha de constituir la base del progreso del espíritu, cuya es la obra; pero que, llegado a un grado medio, tiene que ceder su puesto al espíritu y la materia servirle de alcayata en la sabiduría».
«Esto se os ha dicho en la tierra; pero el progreso del espíritu impone sacrificios a la materia y ésta no quiso ceder su puesto; ahogó al espíritu, y aunque se os han dado cuantos medios todos han tenido y se han elevado por ellos, vosotros os burlasteis del aviso, destruisteis a los misioneros y os engolfasteis más en la concupiscencia, en el odio, la guerra, la hoguera, la calumnia y la traición y seguís usándolo aún de espíritus».
«Se os dio la última prueba y conseguisteis por esos mismos medios y la astucia amalgamarla y no podíamos esperar más».
«El Espíritu de Verdad que os habla, os habló en la ciencia y en la religión; ejemplo os he dado en todo; y llegado el momento histórico, confirmo las sentencias dadas por el Juez destinado en los Consejos del Padre y ponemos en ejecución la ley. Con dolor nuestro, id a aquella morada que habéis elegido; el Padre os aguarda con los brazos abiertos, después de que lo habréi.