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Joaquín Trincado

El Olfato

Foto del escritor: EMEDELACUEMEDELACU


Este sentido es complemento del gusto: la boca es el laboratorio y la nariz la chimenea; la boca saborea los cuerpos por la masticación y la nariz por los gases, las esencias.


Es lo cierto que, el olfato, sirve al individuo como el sentido del gusto, para buscar y reconocer su alimento y darse cuenta de los gases que le son perjudiciales a la respiración; y también en muchos animales, para reconocer (husmeando) al enemigo y al amigo y nunca se equivocan; pero en el hombre (que llamamos salvaje), el olfato le sirve también como al perro; lo que es a causa de no herir sus mucosas con alterantes, como lo hace el llamado civilizado, y además que lo ha descuidado y perdido la sutileza por la falta de uso, ya que lo ha sustituído por el cuerpo de policía y militar.


Aquí se ofrece un punto nuevo que es hora de traerlo a la filosofía, porque aclara muchas cosas, aunque ya está al estudio de la ciencia magnética, en nuestro “Método supremo”, “Lecciones de magnetismo”.


Allí expuse que “el ambiente y atmósfera, es en su densidad y pureza, el resultado de los pensamientos, etc”. Aquí agrego que cuando traemos a una ciudad un perro campestre, pierde casi el sentido del olfato. Y el hombre salvaje (el indio, por ejemplo), pierde del todo también esa facultad; no siéndole posible al perro más que con grandes esfuerzos, seguir el rastro de su amo; pero al indio u hombre salvaje le es completamente imposible, seguir el rastro por el olfato en una ciudad.


Si volvemos a éstos a su ambiente, recobran su facultad olfatoria lo que nos pone en la deducción, de que, la aglomeración del hombre ofusca el sentido del olfato; y es la causa química de las diferentes esencias, hedores y miasmas que despiden cada hombre, diferente: lo que en el campo, (por ser raro el hombre y la atmósfera por eso más pura), percibe eficientemente el perro, el fluido de su amo con el que está en afinidad por la vida común, pero solitaria: Y en la idéntica proporción le sucede lo mismo al hombre salvaje y más por la necesidad de su defensa de un enemigo.


Tenemos algunos datos de experiencia de hace pocos años en las pampas Argentinas, que el doctor Estanislao S. Zeballos, ha historiado y en ellos se ve, a un indio, guía de una misión exploradora, que un día más tarde de haber pasado una caravana de gente blanca por un punto, el indio guía, aseguraba ser Cristianos malos (los tenía por enemigos suyos y de los suyos), los que por allí habían pasado, señalando la dirección que llevaban y hasta precisó la distancia a que se encontraban. Y en otras ocasiones, libraba a la misión de un encuentro con los indios, que, el indio guía, por el olfato descubría a largas distancias.


Es también la aglomeración de las ciudades por sus miasmas, hedores, fluidos emanados del cuerpo humano, con más el cúmulo de torvos pensamientos, el que enrarece mucho más la atmósfera, lo que es por ley química, causa de muchas epidemias y trastornos: de lo que, los cuerpos de higiene dan testimonio, con las continuas precauciones de saneamiento que imponen a la ciudad.


Ahora bien: la impresión llamada olor, es producida por la descomposición de los cuerpos que emanan partículas distintas o efluvios, no importando que el cuerpo sea orgánico o inorgánico, porque si bien es cierto que todos propenden a su progreso, es lo mismo verdad, que lo consiguen a fuerza de su renovación constante: lo que quiere decir, descomposición.


Esos efluvios, por su naturaleza en extremo sutil, hieden o embalsaman la atmósfera de la que, no nos es dado librarnos de respirar.


El agua es lo mismo impregnada de esas partículas olorosas e impresionan también a los habitantes del líquido de vida.


El sentido del olfato radica en la nariz por cuyas ventanas penetran los efluvios de los gases volátiles.


Los huesos de la nariz, sirven de cubierta a la fosa nasal, dividida en dos cavidades por un tabique óseo y tapizada por laminillas o conchas que están recubiertas por la membrana mucosa o pituitaria.


Esta membrana, segrega un humor, que facilita la adherencia de los efluvios que llegan allí y humedecidos por el ambiente de las fosas nasales inferiores, en comunicación con las glándulas lacrimales y nasales que segregan el humor llamado moco.


Un par de nervios olfatorios Micro-granulosos y sin médula, penetra en la nariz, por los orificios del hueso etmoides, distribuyéndose en el hombre, en la concha nasal superior y en una parte de la concha media.


Esta ramificación continúa hasta que aparecen fibras separadas, que se intercalan entre las células epiteliales de la membrana pituitaria y forma allí, las células olfatorias, en cuya extremidad se halla el cuerpo olfatorio bacilar, que sobrepasa a las fibras epiteliales pituitarias.


Además del nervio olfatorio, penetra y se ramifica en la fosa nasal, una rama del trigémino que funciona aquí como sensitivo por su irritación, se produce el estornudo, para expulsar por ese medio los cuerpos extraños.


La cantidad mínima de un cuerpo oloroso, suficiente para producir en el hombre la impresión de un olor, varía según la clase de la substancia. Por ejemplo, se percibe en 1 cm. cúbico de aire 1/1600 miligramos de bromo, 1/500 de ácido sulfhídrico, 1/20.000 de esencia de rosa, 1/23.000.000 de clorofenol y 1/28.000.000.000 mg. de mercaptan (sulfuro de etilo).


Las impresiones olfatorias, son aun más relativas que las del gusto. Un olor agradable para ciertos individuos, es detestable y nauseabundo para los demás o viceversa. Esta anomalía ha de buscarse en la Psicología de cada individuo, y nos dará el grado o valor sensible del hombre que auscultamos. Cuanto más sensible es un ser, nos demuestra más pureza en sus costumbres: y su afinidad, la demostrará por aquella esencia que apetezca o repulse, esto es como regla general, filosófica y biológica, a la que impondremos la razón filosófica para asentar una ley y sus excepciones.


Libro: Filosofía Austera Racional (2da parte)

Autor: Joaquín Trincado



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